FELIZ DIA DE LA MADRE

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domingo, 6 de mayo de 2012

LA OLA: PELÍCULA




Hace tiempo que tengo olvidado el blog y hoy quiero compartir una reflexión que me parece fundamental en educación y que creo que debería ser el punto nº 1 para discutir en la primera clase de la primera asignatura de cualquier universidad que forme futuros maestros.
Todo surge tras ver la película "La Ola". En ella, se recrea un experimento que hizo un profesor con una clase de instituto para demostrarles la facilidad con la que se manipulan las masas y que comprendieran los regímenes autoritarios. La clase acabó en menos de una semana siendo una réplica de lo que sucede en cualquier regímen fascista: los alumnos cedieron parte de su identidad al grupo y creyéndose importantes por pertenecer a él se vieron abocados a una paranoia por la disciplina, el cumplimiento de normas y la homogeneización. El grupo llegó a extremos como inventar una simbología, saludo, uniforme y a cometer actos vandálicos por el propio interés del grupo.
Ron Jones, el profesor que organizó el experimento original (EEUU, 1976) declaraba años después:
"Siempre podrá volver el fascismo, porque es muy sencillo de entender y porque las personas se sienten frustradas. Pierden su trabajo, su dignidad, su sentido de valía, y enseguida llega alguien y les dice: "tengo la respuesta".
Los sistemas escolares preparan el terreno, utilizando exámenes estandarizados basados en éxito-fracaso y no reconociendo vías alternativas de aprendizaje, así como una variedad más amplia de las capacidades y logros individuales de los alumnos.
La educación elimina a los alborotadores y a los que son difíciles de enseñar, premiando a los estudiantes sumisos que quieren tener éxito a cualquier precio y aceptan la autoridad de las instituciones.
Eso es lo triste. Los maestros pueden hacerlo explotar diciéndoles a los alumnos que son especiales, que forman parte de una comunidad y que pueden hacer cosas únicas. Lo único que tienen que dar ellos a cambio es su lealtad. Lo que ahí sucedió sucede cada día en la escuela, sólo que falta el resto de la parafernalia. Los niños no aprenden a hacer preguntas. Estamos creando una sociedad en la que la libertad es sólo una palabra más del diccionario."

Imagino que trabajar con 13 niños de 2 años en una guardería, 25 de 6 años en una escuela o 40 de 15 en un instituto no deber ser fácil, por eso quizás la enseñanza con fichas desde los 2 años, la estandarización de aprendizajes, el currículum cerrado, la ordenación por filas, los horarios, las rutinas, el sistema basado en premio-castigo, la homogeneización de calificaciones, las notas 0-10, las horas de 45 minutos, ...
Pero ¿es necesario? ¿es justificable? ¿es bueno? Me quedo con muchas dudas que algún día espero poder resolver.

Termino con más palabras del profesor Jones:
"Sospecho que las respuestas que buscamos están más cerca de lo que pensamos. Son las decisiones que cada uno toma. La decisión de incluir o excluir a algunas personas en tu vida. De caminar por la habitación para encontrarte con un extraño. El extraño en ti y cada uno de nosotros. De confiar en ti mismo y en los demás. De luchar por la justicia y la igualdad en el pulso de tu vida. De amar a tus hijos. De ser estúpido. De jugar. De crear sentimiento de comunidad y una vida mejor para los demás. Una vida que no puede ser entregada a cualquier miedo o tirano. Una vida que no puede ser planificada ni explicada, sólo disfrutada.


Sí, hay bien y mal en lo que hacemos. El bien en mí anhela la libertad. El mal existe en una disputa al volante o un insulto racial, a punto de estallar en un mundo de perfección, respuestas, y orden. Somos capaces de cualquiera de esas cosas".

Si cualquiera es capaz de cualquier cosa, ¿no son los maestros y maestras del mundo capaces de cambiar éste?

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CUENTO: La pizarra que habla juega y es tan divertida

La pizarra que habla,
juega y es tan divertida

Era la primera vez que iba a clase. No tenía demasiado miedo, pero aquella noche no pudo dormir demasiado. Estuvo pensando y pensando cómo sería su primer día, así que mientras no podía conciliar el sueño ideó una manera para que el tiempo pasara lo más rápido posible.

José Buenaventura creyó que lo más conveniente era imaginar cómo sería el día siguiente, aquella primera jornada frente a veinte chiquillos de entre cuatro y cinco años.

Éste sería su primer contacto directo con estos niños. Cuando él estudió le enseñaron y dieron muchos consejos de cómo debería tratar a los futuros alumnos, pero la realidad siempre se le hacía muy diferente.

En su cama soñaba despierto que todos los niños se mostraban ilusionados con lo que él enseñaba. Que lo hacía de modo agradable y que nadie se le distraía. De esta manera imaginándoselo se quedó dormido.

Al día siguiente, el despertador sonó antes de lo habitual, había que vestirse para la ocasión, por ello, la ropa bien planchada descansaba sobre la silla junto a la cama. Aquel día no se hizo el remolón, se levantó inmediatamente. Se dirigió al cuarto de baño, se aseó y afeitó, luego desayunó y se vistió. Hasta llegar al colegio sólo tuvo que caminar unos diez minutos, que se le pasaron volando, pues estaba muy nervioso.

Una vez allí saludó a sus nuevos compañeros, quienes se mostraron muy contentos con su llegada. Entre ellos murmuraban: ¡pobre maestro! En su clase no hay ni una simple pizarra.http://www.waece.org/cuentos/imagenes/06_1.gif

José Buenaventura llegó a su aula y saludó a los pequeños: "Hola a todo el mundo". Pero éstos no le correspondieron. También para ellos era el primer día y no sabían frente a quién estaban y como podrían suceder las cosas. Sólo Norberto, un chico pelirrojo bastante despierto preguntó: "Aquí no hay pizarra". A lo que José Buenaventura respondió: "Ésta gran pantalla será nuestra pizarra y con este ordenador haremos todas las actividades".

Al parecer Norberto no había quedado muy satisfecho con la contestación y volvió a preguntar: "¿Y usted dónde se sentará?" En esta ocasión, el maestro sonrió y dijo que él siempre estaría de su lado. Al parecer la primera prueba con los alumnos no había salido del todo mal. No obstante, para ello tuvo que explicar lo que era una pizarra, pues creyó que la mayoría de los niños nunca habían visto una de éstas. Seguidamente, dijo algo sobre su nueva pizarra y por qué estaba enchufada a un ordenador.

Una vez todos se presentaron y mientras Norberto seguía haciendo preguntas de las suyas, José Buenaventura encendió el ordenador y la pantalla se iluminó. En principio resultó un poco fea pero, de repente, comenzó a hacer ruidos, emitir palabras y hasta tenía música. Había muchos colorines y luego aparecieron dibujitos que se movían, que charlaban entre ellos, que hacían preguntas…que invitaban a jugar.

Después de aquello, los chicos fueron al patio, jugaron con el resto de los amigos, corrieron y saltaron muchísimo. Otra vez en clase estuvieron trabajando sobre actividades que el maestro les mandó.

Los días fueron pasando y todos los alumnos estaban muy contentos con aquella nueva pizarra que hablaba, invitaba a jugar y casi sin querer enseñaba cosas muy bonitas. Cuando los pequeños se habían familiarizado con aquella herramienta, también jugaban directamente con ella. Todos disfrutaban mientras aprendían y José Buenaventura cada día estaba más ilusionado pues veía cómo todos participaban. Incluso Ramón, que tenía un problemita en las manitas, para él había una bola de color azul con la que podía jugar y hacer dibujos, o bien colorear en el ordenador.

Él traía a la clase discos que colocaba en el ordenador y todo el mundo jugaba. A veces, escribía algo y enseñaba juegos de otros países, pensados para los niños de cualquier lugar del mundo. También veían la televisión, sólo los programas infantiles y, de vez en cuando, mostraba lugares muy lejanos.

Un día, José Buenaventura dejó de venir al colegio. Nadie supo lo que le sucedió, quizá nadie quiso preguntar qué le había sucedido. Así que me pusieron en su lugar. Me extrañó muchísimo, el primer día que fui, que en la clase no hubiese pizarra, pero pronto me acostumbré. En la actualidad soy incapaz de enseñar sin la ayuda del ordenador y aquella pizarra que habla, juega y es tan divertida. ¡Ah! Lo había olvidado, José Buenaventura está en la Universidad, un lugar donde enseña a los mayores cosas sobre los niños y siempre que tengo alguna duda, acudo a él.

Víctor Amar


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